El hormigón combinado con el refuerzo de hierro, desde que se descubrió hace más de 100 años, se consideraba un material eterno y versátil, utilizable para realizar obras y estructuras audaces, edificios de valor arquitectónico y de ingeniería, así como obras ordinarias de valor modesto. Esta creencia inicial, combinada con su relativa facilidad de producción, generó un rápido desarrollo del uso de hormigón armado, producido siguiendo reglas de composición, producción y diseño a veces inexactas, lo que causó una calidad general a menudo pobre y no muy duradera de los conglomerados.
Este enfoque, combinado con un escaso conocimiento de las formas de degradación altamente degenerativas, en la mayoría de los casos de origen natural, atacaron y deterioraron, día tras día, el hormigón armado, impidiendo la duración de muchas obras en el tiempo.

Dicho esto, es fácil comprender que, para crear trabajos duraderos de hormigón armado, se deben implementar estrictos controles de calidad en el sector de producción del hormigón, para satisfacer las necesidades del diseñador, que a su vez debe tener en cuenta no solo las características estructurales sino también del entorno más o menos agresivo al que está expuesto el trabajo. Además de esto, la instalación debe llevarse a cabo con precisión en cuanto a la compactación, el grosor del hierro, el curado del hormigón, la recogida de la colada, etc. Antes de proceder con la recuperación del hormigón deteriorado, es necesario conocer a fondo las posibles causas de degradación mediante un análisis de diagnóstico preciso, que no puede llevarse a cabo solo investigando el aspecto de la superficie, sino que debe estudiarse en detalle y, tanto como sea posible, en profundidad.

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